viernes, 27 de abril de 2007

* vuelta número 31 al sol

ubicada sobre el planeta que habitamos, el domingo 22 comencé a dar mi vuelta número treinta y dos al sol.

el duende me despertó con cantos y besos que volaron a la velocidad de la luz a través de un cable larguísimo.
en el armario de mi cuarto me esperaban tres sorpresas, el duende las había escondido ahí gracias a la ayuda de las gaviotas, que lo trajeron volando desde mares lejanos.




ahora mi cuarto está bañado de pequeños arcoiris.
ahora una espiral de bambú, rodeada de viento de alambre, cuida mis pies mientras duermo.
ahora extraño mi libro de lecciones de escritura china.



al despertar recordé que nootka y carin eran mi pareja de baile durante el fin de semana. disfrutamos de una celebración azul, tiradas en la arena, mirando el mar y comiendo oniguiris.


nos bañamos de agua, de tierra, de sol y de viento.
señales magnéticas, que provenían de diferentes partes del mundo, también me bañaron, y lo agradezco tanto...
ahora he vuelto a la tesis y el segundo capítulo comienza a despedirse, al menos durante un tiempo.
desde hace dos días sé de cierto que en galicia llueve.

sábado, 14 de abril de 2007

* éxtasis estéticos

semana santa. una celebración religiosa? me gusta más pensar que se trata de una expresión estética…

cuando era niña dejaba de comer carne los viernes de cuaresma, y por lo general pasaba, en compañía de mi familia, desde el jueves santo hasta el domingo de resurrección en la casa de tepoztlán, un refugio al pie de un cerro que pertenece a mis padres.
cuando era adulta y vivía en méxico, aproveché casi todas las semanas santas para alejarme del mundanal ruido y sumergirme en el mar.
el caso es que nunca me interesé por las procesiones del jueves y viernes santo. sólo en una ocasión fui con el duende, un sábado de gloria, a quemar judas a la colonia jardín balbuena, un barrio popular del centro de la ciudad de méxico.
ahora bien, desde que vivo en españa descubrí que en mi interior habitaba una profunda y morbosa curiosidad por presenciar los desfiles de personas disfrazadas de miembros del kkk (ku-klux-klan), cuyos trajes alardeaban de solemnes colores, combinados con elegancia, y aparecían adornados con escudos fascinantes.
se habla de las procesiones de sevilla, en las cuales la gente distinguida puede pagar mucho dinero para conseguir lugares de primera fila y, en algunos casos, emborracharse a placer para continuar la celebración en el fondo de su corazón.
el año pasado, el duende y yo estuvimos empapándonos de información sobre las actividades con motivo de la semana santa en madrid; veíamos los especiales en la tele, escuchábamos lo que se decía al respecto en el/la radio y permanecíamos atentos a los lugares donde se llevaban a cabo las procesiones.
uno de los reportajes que atesoro en mi memoria, era sobre el cristo pobre, que esa semana santa estrenaría su tercera o cuarta túnica de terciopelo púrpura, bordada con hilos de oro y plata, y adornada con incrustaciones de piedra y concha. todo un lujo.
la tarde del viernes santo de ese mismo año, llamamos al amigo matsusuke, y lo convencimos de que nos acompañara a ver un desfile de disfrazados de seguidores del ku-klux-klan.
salimos a la calle atocha y seguimos la pista de gente congregada, esperando el paso de la procesión, hasta que llegamos a una plaza en el corazón del barrio de la latina.
los tambores anunciaron la aparición del séquito, y pronto vimos desfilar a los participantes; iban vestidos de blanco, con túnicas y sendos gorros picudos, los cuales ostentaban un par de agujeros para que los penitentes pudieran ver por dónde iban. con cierta incomodidad estética, notamos que algunos agujeros eran un poco desproporcionados, pues a través de ellos podría ver no sólo un ser humano, sino hasta una vaca; o sea, que los penitentes parecían fantasmones.
por si fuera poco, el sol calentaba todavía, y las velas de los procesionistas se ladeaban hacia uno y otro lado, provocando riegos y quemaduras, así como también el estrés de un individuo cuya misión era mantener encendidos los cirios. vamos, una gozada pero poco glamour. además, había mucha gente y yo apenas podía ver con claridad los detalles de la procesión. en ese momento, deseé ser una más de los afortunados que tenían la posibilidad de ver la procesión desde los balcones que daban a la plaza.
pasaron unos minutos y el teléfono de matsusuke sonó, unos amigos suyos, con un balcón que da a la calle mayor, estaban esperando el paso de una procesión fabulosa, de pseudo ku-klux-klaneros vestidos de rojo y negro. nos invitaron y corrimos desaforadamente a encontrarnos con pedro y con tania.
el panorama fue un primer éxtasis estético en lo que se refiere a mi experiencia con las celebraciones de semana santa. decenas y decenas de personas vestidas con túnicas rojas, con la cara oculta con un gorro negro y puntiagudo, desfilaban al ritmo de los tambores; algunos, privilegiados, eran los encargados de llevar a cuestas una especie de altar, lleno de flores de colores, velas y telas lujosísimas, donde alcanzaba a verse un hombre crucificado que, a sus pies, podía sentir la respiración de una mujer que lloraba.
los disfrazados continuaron apareciendo detrás de la esquina de la calle mayor, algunos llevaban estandartes o escudos con imágenes de color sangre y oro. y de pronto, una sorpresa más, ahora era el turno de la gente con la cara al descubierto, ataviada con sus mejores galas, las de luto. mujeres de velo y peineta, con medias y zapatos de tacón, vestidas de negro impoluto; hombres igualmente engalanados, pero con largas capas para protegerse de las tempestades.
desde nuestro balcón, fotos y brindis con motivo del placer estético; con tequila, por supuesto.
no viene al caso, pero esa noche matsusuke conoció a sofía.
un año más tarde, matsusuke y sofía están en madrid, el duende en méxico y yo en pontevedra.

la semana santa llegó y las procesiones con ella. carin comparte mi entusiasmo estético, y decidimos apartar la noche del viernes santo para ir a la procesión del silencio en cangas, a cuarenta y cinco minutos de pontevedra.

el jueves carin y yo llevábamos tres días de estudio e intensidad cerebral, salimos de paseo y carin escuchó tambores. seguimos el sonido por los callejones del casco antiguo de pontevedra, y a lo lejos divisé una virgen gigantesca, en la esquina de una iglesia. corrimos como pudimos, tomadas del brazo, y al llegar descubrimos que no era ninguna virgen, sino una gigantesca grúa de color amarillo.

los tambores seguían, así que continuamos la persecución. por fin llegamos a un lugar privilegiado para observar desde la primera fila, y sin empujones, el paso de una procesión.
había gran cantidad de disfrazados, con el conjunto ya conocido de túnica y gorro puntiagudo hasta los hombros, de colores morado y negro. los tambores iban acompañados de toda una banda, entre cuyos instrumentos sobresalían, sin lugar a dudas, las gaitas; orgullosas de su pertenencia al entorno, y gritando con una voz maravillosa. los portadores iban igualmente orgullosos, aunque algo cansados de andar con tanto trabajo en vacaciones.
yo estaba ansiosa por más éxtasis estéticos, así que llevé a la pobre carin de un sitio a otro, a toda prisa, para emborracharme de expresiones artísticas maravillosas. eso es arte contemporáneo!!!
solemnidad aderezada con saludos de los disfrazados hacia el público, entre el cual reconocían a la madre, al padre, a la hermana y a los tíos; a la abuelita no, porque era una de las devotas mujeres que iba caminando cerca del altar en movimiento, formando parte de la valla de protección, que cuidaba que nadie penetrara a donde se ubicaban los del gorro y la túnica.
permanecimos media hora cerca de la iglesia principal, sentadas cómodamente en una barda, viendo a cada una de las procesiones pontevedriles.
nos unimos a la última cofradía; yo llevaba un abrigo rojo y pantalones negros, así que parecía una seguidora más.
justo enfrente de la iglesia, todo el mundo se estacionó, aparcó y permaneció en un lugar estratégico para lo que seguía. un hombre pidió que despejáramos la calle, venía el sentido contrario de todos los procesionistas, incluyendo a sus altares. vale la pena mencionar al de la última cena, porque parecía especialmente cubista.
comenzó la operación retorno, y los diferentes clubes, parroquias o cofradías que formaban la procesión, empezaron a desfilar de nuevo.
en chinga! a toda ostia! pum-pum-pum-pum-pum, iban marchando todos; con ganas de llegar a casa antes de que la cena se enfriara. pum-pum-pum-pum-pum, pasó un grupo que llevaba un altar donde un hombre alado señalaba hacia delante, y un hombre arrodillado, se movía al son que marcaba el dedo del hombre alado; pum-pum-pum-pum-pum, sus cabellos al viento también se balanceaban al ritmo de los tambores, y del dedo, y del hombre alado, y del hombre arrodillado. un éxtasis estético!
agradecí enormemente a carin su guía y su compañía; esto no hubiera podido tener lugar sin su interés y sin su ayuda.
después de que las procesiones se fueron a descansar para estar frescas al día siguiente, carin y yo buscamos un lugar para cenar.
carin me convenció de probar la oreja de un cerdo, y entonces pedimos eso y unas setas al ajillo. también bebimos unas copas de mencía, el vino gallego que siempre me recomienda carin.
el viernes trabajé todo el día en la tesis; carin fue a comer con su hermano y su familia a la playa de o grove, y se quedó atorada durante mucho tiempo en el tráfico. es que muchos vacacionistas conmemoraban la semana santa mirando el mar.

el caso es que a las nueve de la noche carin llegó por mí y salimos montadas en la lupe rumbo a cangas. dejamos a la lupe estacionada, aparcada, junto a la carretera; pasamos por un cajero automático y luego nos adentramos por primera vez, juntas, en las profundidades de cangas.
llegamos a la calle principal, rumbo a la iglesia más importante, al lado de la playa, y supimos que estábamos en el lugar indicado. preguntamos a una mujer policía sobre la procesión y, muy enterada de todo, nos dijo dónde ubicarnos; también nos informó que se trataba del regreso a la iglesia, pero que a las doce de la noche era la procesión del silencio, por lo cual, todavía teníamos muchas posibilidades de experimentar más éxtasis estéticos.

los tambores se acercaron y, una tras otra, las cofradías de la procesión comenzaron a aparecer frente a nuestros ojos. maravilloso; infinidad de colores, de bandas y de géneros musicales, de estilos de confección en la ropa, de escudos, de estandartes… vamos, he perdido para siempre la cuenta de los éxtasis estéticos que experimenté entonces.
bueno, en primer lugar, es de destacar al grupo de los romanos, que aparecieron disfrazados en plan ben-hur. uno súper importante iba de color dorado; otro menos jefe, pero también destacado, de color plateado, y luego el resto, de color rojo. eso sí, todos portaban una brillante armadura de verano y un penacho.

también tuvimos la suerte de presenciar el paso de uno de los altares que más deseaba contemplar, el de la caja de cristal, en cuyo interior puede verse a un hombre que descansa, con los ojos cerrados, después de haber sido azotado, insultado, torturado, traicionado y, finalmente, clavado y muerto en una cruz. el hombre, ahora recostado en la caja, iba vestido con una túnica de terciopelo morado, con hilos de oro y plata, incrustaciones de piedras que brillan, y una corona de espinas.
la verdad es que durante un tiempo hasta se me olvidó que la procesión iba de regreso, porque su ritmo era pausado y no tenía nada que ver con el paso pum-pum-pum-pum-pum de la procesión de pontevedra. aquí había más reglas de etiqueta, la solemnidad no estaba en juego, y el paso era lento y elegante.
terminó el séquito, pasaron todas las combinaciones posibles entre colores nocturnos, entre estandartes y entre personas de diferente complexión.
carin y yo teníamos hambre, así que buscamos un lugar para comer. llegamos a una taberna y el dueño, agobiado, nos preguntó qué queríamos; le respondimos que comer cualquier cosa, y nos dijo que venían unos de la procesión, pero que nos podíamos quedar en la barra.
efectivamente, aparecieron jóvenes y guapos gallegos y gallegas de los alrededores; tenían pactada esa cena desde siempre, pues cada año se pasan por ahí al terminar la procesión del viernes santo. dejaron las gaitas sobre el refrigerador y se ubicaron todos en unas mesas que había en la terraza, a comer bocadillos de jamón, beber agua y, alguno que otro, cerveza.
antes de media noche, carin y yo nos dimos un paseo por el interior de la iglesia principal de cangas; las imágenes eran apabullantes, abrumadoras, arrolladoras. había un hombre de color verde, colgado en una cruz, que sufría mucho, y que hacía que cualquier placer se volviera una verdadera falta de respeto.
salimos de la iglesia, y nos ubicamos en el rincón de un callejón por donde pasaba la procesión del silencio. la luz de los negocios se apagó y los tambores se escucharon; la organización era complicada, así que algunos disfrazados con el traje típico de la celebración, debían avanzar mientras dictaban órdenes.
hasta adelante de una de las cofradías, había una pareja de chavos, de chicos; iban vestidos de blanco, con la cara descubierta, y portaban un estandarte con una cruz. uno le daba instrucciones al otro, que se reía y meneaba el estandarte de un lado al otro.
yo filmaba todo lo que podía y me tropecé al dar un paso hacia atrás; un hombre de la procesión, con el pelo muy relamido y una vela en la mano, me miró con coquetería y me dijo que era la procesión del silencio, y que no podía hacer ruido. los procesionistas seguían detenidos, el teléfono de carin comenzó a sonar y nos fuimos hacia un callejón. terminó la llamada y volvimos a ubicarnos entre el público; la procesión avanzó y volvió a detenerse; un hombre me pisó, llevaba el pelo relamido y una vela en la mano, me pidió perdón y me dijo que él me conocía, que me había visto y no se acordaba de dónde. le dije que arriba, cuando me dijo que era la procesión del silencio y que no podía hacer ruido.
la batería de mi cámara se apagó; la procesión comenzó a avanzar de forma desordenada y el viento estaba muy frío. carin y yo dimos por terminada nuestra experiencia extática-estética, y volvimos a casa.

un pajarito me dijo que consideraría congruente que la iglesia defendiera el sexo sado-masoquista a capa y espada…

lunes, 2 de abril de 2007

* antes de que la luna esté llena

pues eso, antes de que la luna esté llena debo comenzar a escribir. una mujer que extirpa las vellosidades femeninas mientras otorga un poco de sabiduría, lo recomienda.
entonces, hoy es el gran día en que por fin dejo atrás la profunda angustia. declaro iniciado este blog.


por ahora no tengo ganas de escribir ni sobre el título ni sobre el nombre detrás de los cuales intenta esconderse mi ociosidad.
en este momento, lo que realmente quiero es exponer un punto fundamental sobre la génesis entre onirios y delirios; algo así como una declaración de principios o de justificaciones o de deseos o de eslovenos.
resulta que este fin de semana creo haber comprobado que una de las misiones que en esta vida se me han sido otorgadas, debe de ser narrar, desahogarme en público y compartir lo que de vez en cuando me sucede en la vida para mostrar cómo, a pesar de que alguien tenga una fantástica suerte, también puede tener una pésima suerte. e igualmente al revés; que cualquiera, a pesar de tener una maravillosa suerte, puede verse contrariada(o) por una terrible suerte. o sea, que más vale adaptarse a lo que venga.

antecedentes: a partir del 21 de marzo me he mudado a pontevedra. galicia es alucinante y pontevedra me gusta. estaré aquí durante una temporada, después de haber vivido más de cuatro años en madrid, e intentaré terminar la tesis de doctorado por la que hipotequé algunos fragmentos de mi vida.
aunque tengo casa, una linda casa, y una compañera de piso, una encantadora compañera de piso, pues por ahora no vivo en mi casa, ni compartiendo la habitación con mi compañero de sueños y de pesadillas. y eso a veces me pone triste.
volvamos a pontevedra. la mayoría de mi tiempo se divide entre las horas que este cuerpo vive en su habitación; las horas durante las cuales este fluido mental intenta esquematizar abstracciones, y las horas que el resto de tluix atraviesa sueños y delirios, al aire libre o en cautiverio.
soy mexicana y vivo en españa. en españa, al igual que en otros países como el mío, mentes brillantes han diseñado un programa integral para que los residentes extranjeros reconsideren una y otra vez sus deseos.
cuando volví de méxico, hace unas tres semanas, pasé por madrid con la firme intención de ir a pontevedra a trabajar intensamente y no volver a madrid hasta que fuera necesario por cuestiones académicas. pero no contaba con una de esas sorpresas burocráticas que hacen que la vida sea más sabrosa.
a nuestro ex piso madrileño había llegado un sobre dirigido a mí, de parte de la comisaría de madrid. debía presentarme el viernes 30 de marzo entre las 9.00 y las 13.00 horas para recoger mi carné de residencia; justamente el viernes antes de que el mundo calendarizado comenzara a disfrutar de las vacaciones de semana santa.
genial, los billetes de avión estaban carísimos. con valentía, decidí comprar un billete de ida y vuelta en una butaca de turista en el tren-hotel, el cual tarda sólo diez horas en recorrer unos 600 kilómetros.

narración de los hechos: carin llega justo a tiempo a casa y me acompaña a la estación del tren de pontevedra. es temprano, así que nos tomamos una cerveza juntas; luego nos despedimos con guantes y pañuelos blancos enjugando lágrimas.
horror, no me tocó ventana porque no se me ocurrió pedirla.
el tren sale de la estación a las 21.35.
a mi lado izquierdo, un durmiente roncador. a mi lado derecho, una adolescente con una tos, de tendencia punk, que me volvía loca.
a las 00.00 el tren llegó a ourense. después de unos minutos, un amabilísimo señor empleado de renfe nos avisó con voz firme que permaneceríamos ahí al menos dos horas; también dijo que no le preguntáramos la razón, porque no la sabía.
a las 3.15 apareció otro tren y el nuestro se colgó de su cuello-cola.
el doble tren llegó a madrid con casi tres horas de retraso. yo llegué a madrid con casi tres horas de aislados adormecimientos mentales.
unos minutos antes de las 11.00, me paré frente a la comisaría de general pardiñas, después de haber dejado mi equipaje en el hermanado piso de santa isabel, y de pasar al banco a pagar el trámite de mi residencia legal en españa.
uno de los puntos más interesantes, y efectivísimos, de los programas de extranjería, se centra en producir incomodidad, frustración e impotencia en grandes cantidades.
desde la entrada de la comisaría salía una fila en la cual estaban formados los interesados en: información sobre los trámites ahí efectuados, certificados, recogida de carnés, entrega de papelería para obtener la residencia por trabajo o por estudios o por ser miembro de la comunidad europea. es decir, había no menos de 400 personas que intentarían resolver su trámite antes que yo, y es que habían llegado antes que yo.
permanecí tres horas de pie; resistí vientos huracanados provenientes del oeste, y alcancé el éxito en la misión central de mi viaje a madrid.
espero no tener que volver a hacer ese trámite jamás.
después de la comisaría, debía ir a la universidad para sacar algunos libros de la biblioteca, esenciales para la continuación de mi trabajo tesísitico en pontevedra.
en el metro me sentí patética cuando, teniendo en mente un cliché publicitario, saqué 1.20 euros de mi cartera y extraje un bote de plástico lleno de bífidus con olores, colores y sabores de fresoidas. bebí el filtro a toda prisa y me inserté a tiempo en el tren de cercanías.
en la biblioteca de la universidad apenas había gente. las sillas estaban levantadas en acto de protesta y yo tenía fiebre.
encontré todos los libros que necesitaba y saqué algunas fotocopias.
luego de tres medias horas, llegué al mostrador de préstamo, y la becaria me dijo que mi carné universitario no estaba activado, así que no podría sacar ningún libro a menos de que llevara conmigo el comprobante de mi última matrícula universitaria.
el terror en mi cara o en el corazón de la becaria fue suficiente para que ésta cambiara de opinión y me dejara sacar los libros a escondidas de sus superioras. me advirtió que la próxima vez debía activar mi carné.
espero no tener que hacer ese trámite jamás.
en la estación de cercanías de la universidad me comí un croissant con jamón y queso. llegué a chamartín y me bajé para reclamar lo del retraso del tren. el encargado me dijo que volviendo a pontevedra se me devolvería íntegro el importe del billete de ida. aprovechando eso, decidí cambiar la categoría de mi regreso a pontevedra, y me formé en ventanilla para alquilar una cama en el tren.
llegué a santa isabel destrozada.
el sábado me convertí en señorita visitas y fui a ver a nuestros antiguos y viejos vecinos. son mis abuelos, nuestros abuelos españoles. republicanos a muerte.
después bajé a nuestro antiguo departamento y recogí algunas cosas que codiciaba, aunque en realidad son mías.
es codicia?
luego fui a pecar un poco y me compré unas camisetas. me declaro en contra de seguir consumiendo plástico a lo bestia, así que le dije a la chica del mostrador que llevaría las prendas en mi mochila; según las marcaba en su maquinita de números brillantes, yo las guardaba.
creo que la empleada de ropa se dio cuenta de mi necesidad de cariño, así que no me cobró una de las camisetas. lo hizo con tanta discreción que yo no estuve segura hasta unas horas más tarde, cuando revisé el comprobante de la tarjeta del banco y confirmé que faltaba uno de los seis productos que me había llevado de la tienda.
fui a otra tienda por una cosa que realmente necesitaba.
terminé las compras y me dirigí a casa de isaías y de gloria. comí bestialmente y hablé un montón. qué bien se siente estar en familia, y sobre todo en la que una ha ido eligiendo.
volví a santa isabel. nootka
y yo salimos de nuevo y nos dirigimos a casa de su abuela para comprar unos litros de aceite de oliva. marnie no parecía tener planes sabatinos. avnio estaba currando.
la casa de la abuela de
nootka es como un una selva de recuerdos y de puertas con hombres que las abren y mujeres que pasan a través de ellas.
nootka y yo volvimos a santa isabel. en el camino nos comimos un helado de mora cada una. eran morados y bonitos. nootka estaba contenta y yo también.
nunca volveremos a pedir un helado de mora.
tenía mucho tiempo para hacer mi maleta y salir sin prisas a la estación de tren para volver a pontevedra.
nootka quería fumarse un cigarro y luego dormirse un rato.
nootka y yo nos paramos frente a la puerta del edificio. ninguna de las dos llevábamos llaves. no respondían a la puerta. marnie no contestaba el teléfono. avnio estaba en arturo soria.
nootka me invitó un vino. carlo y nariu tienen un duplicado de la llave, pero se fueron a una isla. clara y darío tienen un duplicado de la llave, pero se fueron a suecia.
a las 20.50 cogí el teléfono de
nootka para llamar a avnio y decirle que nos enviara sus llaves con un taxi. el teléfono comenzó a sonar. era marnie y se dirigía a santa isabel.
a las 21.00 comencé a organizar mi equipaje: una mochila mediana en la espalda; una maleta pequeña, con rueditas; una bolsa de plástico con plantas y regalos sorpresa, y mi bolsón.
carin habló con
nootka por teléfono y luego se despidió de mí.
a las 21.40 salí corriendo a tomar la línea 1, que a partir del 30 de marzo llega a chamartín.
me subí al primer vagón. me había tocado un metro paciente; esperaba sin prisas en cada estación. al llegar a plaza de castilla una estúpida grabación empezó a decir que el trayecto había terminado.
y chamartín?
el encargado de la estación me dijo, con dulzura, que el siguiente tren iba hasta chamartín. pasaron más de cinco minutos y le pregunté al encargado de la estación cuánto tardaría el siguiente tren. me dijo que no mucho, no más de cinco minutos. le dije que tenía que tomar un tren que salía a las 22.30. me dijo, con gran dulzura, que no me preocupara, porque llegaría a tiempo para alcanzar el tren.
después de cinco minutos, llegó el siguiente metro y, por alguna misteriosa razón, se sintió con la obligación de esperar ahí unos tres minutos más. por fin avanzó, pero antes de llegar a chamartín, por otra misteriosa razón, se detuvo durante uno o dos minutos.
llegué a chamartín. subí corriendo por miles de escaleras eléctricas y mi brazo amenazaba con desprenderse para siempre de mi cuerpo. como en la pantalla que está en la entrada directa a los andenes sólo aparecen las llegadas, o sólo vi las llegadas, fui corriendo al mostrador de renfe y supe que el tren que salía a pontevedra estaba en el andén 12. estaba frente al 1, así que corrí como loca. iba bajando las escaleras del andén 12 y un hombre me dijo que me tranquilizara, que el tren seguía ahí. bajé corriendo y el tren que estaba ahí era el del andén 13, pero el del 12 se alejaba lentamente por el túnel de salida.
— noooooooooo!!!!! por favoooooooor!!!!! noooooooooo!!!!! noooooooooo!!!!! noooooooooo!!!!! es que no puedo hacer nadaaaaaaaa?????
— no señora, pero suba al mostrador a ver si se lo cambian para ir en el tren de mañana —me dijo un señor empleado de renfe.
luego un hombre me preguntó a dónde iba y le dije que a pontevedra.
— uyyyy… qué lástima que vaya sola, porque si fuera con alguien, en choche podría alcanzar el tren en la próxima estación.
me quedé sin palabras. claro, lástima que fuera sola, y en tren, y en metro, y a hacer mi tesis.
la señora empleada de renfe, de atención al cliente, le puso a mi billete un sello; luego me dijo que tenía que pasar a ventanilla para pagar la diferencia de no sé qué y reservar una cama en el tren del día siguiente.
ya me iba, pero un hombre con aires de supervisor me dijo que pasara de una vez a ventanilla para no tener que ir al día siguiente demasiado pronto a conseguir el billete nuevo. seguí su consejo e intenté sacar un numerito de la máquina, pero no había. el hombre supervisando me dijo que hacía muchas horas que no había, pero que me formara sin él.
estuve formada más de media hora. la gente tenía numerito y pasaban a ventanilla según el orden indicado por una voz automática que se escuchaba en la megafonía. se terminaron los numeritos y los que quedamos nos pusimos en orden, pero los señores empleados de renfe cerraron las ventanillas y nos dijeron que ya se había acabado el servicio del día.
el hombre que supervisaba había desaparecido.
llegué a santa isabel agotada.
cené con
carin y con nootka.
quedarse fue una gran idea.
a la mañana siguiente veru,
carin, nootka, pal y yo disfrutamos del sol en una terraza rastrera. debido a las enseñanzas de nootka, estrené algo ese día para que no se me cayera la mano; es que era domingo de ramos. nootka y pal nos dieron una ramita de olivo y más tarde, en el autobús, bendijimos a la rama mayor.
nootka me invitó a comer a casa de sus padres. una cita entrañable y multicultural.
vi a sebastiano, el encantador primo italiano que me recibió buena, pura y castamente en su piso ostiense.
compartí una deliciosa comida con
nootka, cuatro de sus hermanos, sus padres, primos y el vecino de sus padres. respondí a diversos cuestionarios sobre méxico lindo y querido.
decido quedarme en madrid hasta el lunes y volver a pontevedra con
carin y sus padres. iremos a bailar las cuatro chicas con sebastiano.
nootka y yo volvemos a santa isabel.



hablo con
el duende.



hablo con el duende.
hablo con el duende.





hablo con el duende.

nootka
y yo dormimos una siesta. a las 19.00 carin me dice que se regresarán hasta el martes. yo ya no puedo esperar más tiempo para recomenzar con la tesis, así que hago mi equipaje y me despido con lágrimas en la punta de los cabellos.
cuando iba caminando por el pasillo entre el mercado de antón martín y la filmoteca sonaron las ocho campanadas de las 20.00 horas. me dirigí con mucha calma al metro; recorrí pasillos y escaleras con gran tranquilidad, al ritmo de kirsty maccoll, y a las 20.35 estaba formada en las ventanillas de renfe.
por qué el día anterior hice el trayecto en más de cincuenta minutos? por qué ese día sólo me tardé 35?
chan-chan, chan-chan, chan-chan
leí, comí, bebí y fumé.
encontré mi cama en el tren y una mujer portuguesa estaba plácidamente recostada en ella mientras hablaba con una mujer gallega. me preguntaron si me molestaba dormir arriba y les dije que no, que me daba igual.
la mujer gallega me preguntó si me molestaba que dejara la cortina entreabierta, le dije que me daba igual y me lo agradeció. la mujer gallega tenía claustrofobia
terminé de leer monstruos invisibles. esquivé las múltiples huellas sensoriales del baño e intenté dormirme.
la mujer gallega me preguntó si me molestaba la luz pequeña de debajo de su cama y le dije que no.
la mujer portuguesa y la mujer gallega siguieron narrándose una a la otra complicadas tragedias familiares. el hijo de la mujer gallega es programador de ordenadores, gana una pasta y tiene mucho futuro.
la madre de la mujer gallega tuvo trece hermanos pero sólo sobrevivieron siete. el padre de la mujer gallega tuvo diez hermanos pero sólo sobrevivieron cinco. los abuelos maternos de la mujer gallega fueron hijos únicos; de los paternos, uno tuvo un hermano y la otra dos.
soñé que veru iría conmigo a pontevedra y que me ayudaría a cargar unas maletas llenas de libros.
también soñé que hablaba con mariana por teléfono.
hacía un calor infernal y la mujer portuguesa roncaba con furia in crescendo.
yo golpeaba los barandales de la cama con mis anillos y de vez en cuando conseguía que la mujer portuguesa se callara.
tenía una pesadilla, ahora sólo me acuerdo de un ruido estremecedor que me tenía paralizada, incapaz de ponerme unos zapatos que se hallaban frente a mí, a pesar de sentir los pies helados.
la mujer portuguesa estaba llegando a un clímax apnéustico y yo golpeaba los barandales con la misma intensidad. la mujer gallega comenzó a hablar y la mujer portuguesa se despertó.
el tren estaba parado. nos encontrábamos en ourense.
la mujer gallega y la mujer portuguesa comentaron el detenimiento del tren y a partir de entonces encontraron cientos de pretextos para continuar la conversación. encendieron sus lucecitas y me enteré de que el hermano de la mujer gallega tiene michelines en la cintura.
en algunos momentos la mujer portuguesa y la mujer gallega se acordaban de mí, entonces cuchicheaban. pero luego la tensión en la plática se hacía cada vez más emotiva y su volumen se elevaba.
me incorporé. me soné la nariz. miré la hora: 6.00. volví a acostarme y me enrollé la cabeza en la almohada.
la mujer gallega cuchicheó durante unos minutos, pero la mujer portuguesa la interrumpió con pasión; la mujer gallega no se dejó detener y siguió hablando con un volumen más alto.
ninguna de las dos había podido dormir, pero era mejor ir acostadas que ir en butaca. pero nunca sería como la cama de una. sobre todo nunca sería como la cama de la mujer portuguesa, porque en su casa hay muchas camas, pero la suya es la mejor, es única.
por fin llegó mi límite:
— oigan, pueden hablar más bajo? son las seis de la mañana y yo sí quiero seguir durmiendo.
la señora gallega y la señora portuguesa se fueron al bar.
avnio me dijo el otro día que los mexicanos usamos constantemente la forma reflexiva de los verbos.